Para mi Maestra Elvia Calderón
Es muy importante que hagan lo que de verdad les importe…
Sólo así podrán bendecir la vida cuando la muerte esté cerca
Elisabeth Kubler-Ross
Tuve una maestra de Tanatología excelente. Y muy buena persona también. No lo digo por que haya sostenido una entrañable amistad desde el inicio de mis días en la escuela de enfermería, ni por que haya sido mi consejera y mi amiga todos esos años, si no porque se dio cuenta de la situación por la que pasaba en esos días, y me mandó a leer un libro sobre suicido crónico el cual me puso de frente a mi misma y me obligó a reconocer mi pulsión autodestructiva. En esos días, también la oí mencionar muchas veces, a manera de recomendación y no imperativamente, que leyéramos “La Rueda de la Vida” de Elisabeth Kubler-Ross.
La verdad es que en ese entonces, a mi lo único que me interesaba saber sobre dicha autora era su teoría sobre el duelo, aprenderme las cinco fases de memoria, y hasta ahí. Poco podía atraerme la idea de leer un libro sobre su vida, su experiencia, y el cómo es que se desarrolló hasta ser famosa como “la señora de la muerte”. Sólo por que en verdad, le tengo mucho respeto a mi adorada maestra Elvia, intenté leerlo varias veces, pero no pasaba de las primeras páginas. Si no me equivoco fueron tres ocasiones en las que a la página 6 del libro ya me daba por vencida. Recuerdo que pensaba “a mi que me importan las aventuras de una trilliza sueca”.
Pues hace poco menos de un mes, por “casualidad” –esto lo digo en un tono irónico, el primer capítulo de La Rueda de la Vida se llama La casualidad no existe- este maravilloso ejemplar cayó en mis manos otra vez, y ahora si, varios años después de mi último desdén hacia él, me dispuse a intentarlo de nuevo. Para mi sorpresa, el libro no se trata de las aventuras de una trilliza sueca –bueno, tal vez en cierto modo muy superficial si- si no de la vida de una mujer increíble que siempre llegó a las últimas consecuencias para descubrir el significado de la muerte, si, pero más aun de la vida inmersa sin querer en una polémica tanto médica como teológica.
No es un libro de autoayuda –dios me libre de leer uno- ni es una obra científica. Es, lo que tanto me gusta, el lado humano de la teoría de Elisabeth Kubler-Ross. La experiencia, el contexto, lo que la hizo llegar a pensar que todos los seres humanos pasamos por cinco fases ante la pérdida: la ira, la negación, la negociación, la depresión y la aceptación.
Se trata de una mujer que sufre incontables pérdidas en su vida, incluyendo abortos espóntaneos, mascotas, su vivienda y todas sus pertenencias en un atroz incendio, su esposo y su independencia personal en los últimos años de su vida que es cuando escribe el libro, mientras requiere asistencia médica y de enfermería las venticuatro horas del día en su hogar.
Creo que, como he apuntado más arriba, la casualidad al final de todo no existe. Y no fue casualidad que no lo hubiera podido leer antes, es que todo pasa en el momento preciso. Y es ahora, cuando tengo mucha más experiencia con la muerte cuando logro aprehender este libro de una forma extraordinaria, como no lo hubiera podido hacer años atrás.
Mientras lo leía recordé todas esas veces en las que he estado cerca de un moribundo. Cierro los ojos y vuelvo a mirar todo ese contexto frío y desolado que ofrece el hospital para morir. Hay un paciente, en especial, un hombre maduro, de la cuarta década agonizando por tubérculosis pulmonar en un “aislado”. Liz, Vasti y yo estábamos practicando en ese piso, así que inmediatamente se nos asignan las actividades del “aislado”. Ya saben, lo que por lo general el personal de enfermería no quiere hacer, o se rehúsa a hacer “por miedo a contagiarse” o más bien, por ignorancia acerca de la tuberculosis. Ese día entramos las tres juntas para curarle la herida donde alguna vez hubo un catéter central, lo bañamos, le cambiamos las sábanas, le quitamos su riñonera sucia llena de secreciones de sabe dios cuantos días atrás y le pusimos una nueva para que pudiera escupir sin sentir ese hedor. Más tarde bajamos a comer algo, y cuando volvimos una enfermera nos mira de reojo y en un tono inquisitivo cómo diciendo “¿Porque han tardado tanto?” nos lanza la pregunta “¿Quién va a ayudar a amortajar al paciente del aislado?”. Nos miramos las tres, y rápidamente respondí que yo lo haría, no porque no estuviera en shock al igual que mis compañeras, si no porque mi ego suele jugarme malas pasadas y me creí la menos sorprendida de las tres. Terminamos acudiendo todas mientras nos lamentábamos por el hecho de que hubiera muerto solo, como un perro. Vasti mencionó “se alegró cuando me vio entrar por segunda vez esta tarde, creo que lo tenían muy abandonado, se debe haber sentido muy triste de estar tanto tiempo solo”. –¿Y por qué será que su familia no viene?- Preguntábamos Liz y yo imprudentemente mientras le atiborrábamos de algodón todos los orificios del cuerpo. No podía evitar sentir mi corazón algo estrujado. Las condiciones en las que ha muerto ese ser humano no son en absoluto dignas, ni para un criminal, ni para el peor de los seres de esta tierra, ni para un animal por mas rastrero que fuera. Mi me mente se asaltaba con preguntas que trataba inútilmente de responder con argumentos sin sentido tratando de justificar el abandono de su familia, aunque en realidad eso no me incumbía, lo que si me incumbía –y me incumbe aún- era el abandono del personal de enfermería. ¿Cómo es posible que tengan el descaro de inventar signos vitales con tal de no entrar ni siquiera a darle la cara al pobre hombre? ¿Qué tengan el coraje necesario para ignorar que se encuentra sucio, sediento, hambriento, solo…? ¿Cómo es posible que el comentario más recurrente ante su situación sea siempre “ojalá que no muera durante el cambio de turno”? Eso sí que me incumbe. Y no sólo a mí, a todos, enfermeros o no, porque no sabemos qué vueltas dará la vida y cómo nos tratará el personal que nos atienda.
Después de muchas llamadas, la trabajadora social regresó al piso y dijo que por fin entendía el por qué su esposa había dejado de visitarlo. Se había ingresado en el Hospital Psiquiátrico. No pudo con la presión de las deudas de su esposo y con la manutención de sus dos hijos pequeños sola y había intentado suicidarse. Sus hijos estaban al cuidado de un pariente, y no había nadie que pudiera recoger el cuerpo, al menos no pronto. Se lo llevaron a la morgue y de ahí no volví a saber nada más de él. Mi curiosidad sobre su estatus familiar se despejó, pero aun quedaron todas las otras interrogantes sobre la insensibilidad con la que atendemos a nuestros moribundos en el hospital, cómo si de esa forma, evitándolos, dejáramos de percibir que mueren, y lográramos alejar la muerte del pabellón cuando menos ante nuestros ojos y nuestra alma.
Ese día me di cuenta de lo poderosa que puede ser nuestra profesión cuando la entendemos y la tomamos enserio. Y de lo nocivos que podemos ser, aun por omisión, cuando no tomamos conciencia de lo que en verdad está en nuestras manos. Enfermería no es solo curar. También es acompañar a morir, y velar por una muerte digna. ¿Pero cómo es posible ofrecer lo que no se tiene? En el morir no está lo malo, si no en el vivir indignamente. Pero si seguimos cobijados en el paradigma médico-biologicista y seguimos concibiendo a la muerte como un "fracaso" cómo si fuéramos pequeños dioses que controlan el ir y venir de las personas por este mundo, si insistimos en negar que el final es parte de la naturaleza humana, si no dejamos de temer a la muerte y comenzamos a entender la vida... ¿qué es lo que podemos ofrecer al moribundo?
En las últimas páginas del libro, “la señora de la muerte” hace un recuento sobre lo que ha aprendido de la vida, lo cual básicamente se resume en que lo que todo ser humano viene a hacer al mundo es a crecer, y a aprender a amar, y la lección del amor incondicional es la más difícil de aprender: “Cada día hay una persona más que clama pidiendo comprensión y compasión. Escuche sus llamadas, oígalas cómo si fueran una hermosa música. Le aseguro que las mayores satisfacciones en la vida provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas. La mayor felicidad consiste en ayudar a los demás”.
Julio, José Luis y yo con nuestra querida Maestra Elvia, 2009
3 respuestas humanas:
Siempre nos topamos con personal que simplemente le importa que acabe su turno, lamentablemente somos pocas las personas las cuales velamos por la sana evolucion o el digno morir de un paciente... muy buena entrada :D
Ahh... La maestra Elvia, a mi también me ayudo en momentos importantes a pesar que jamás fui su alumna.
Quiero pensar que la actitud del personal de enfermería es un tipo de mecanismo de defensa, prefiere mantener la distancia a involucrarse y sufrir la pérdida. Así que lo que necesitamos es una mejor educación con respecto a la muerte.
ES MUY ANGUSTIANTE QUE NO TODO EL PERSONAL DE ENFERMERIA DE APOYO EMOCIONAL AL FAMILIAR EN ETAPA DE DUELO LO VEMOS COMO SI TODO ESTUVIERA NORMAL PARA NOSOTROS ALGO COMO DIA DIA LO VEMOS PERO PARA ELLOS ES UN DOLOR TAN GRANDE .....Y TENEMOS QUE AYUDARLOS A LLEVAR ESA DIFICIL ETAPA EN LA VIDA..
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